Ciudad natal
a César Brañas
Abre una puerta el rechinar de un grillo hacia el cielo de cuentos infantiles.
No existe el tiempo, estar. ¡Ya todo es!
céntricas a todas horas,
indelebles, infinitas y maduras.
Tú, con tu imprecisión, en un trapecio colgado de un día y de una noche altísimos, profundos y sin dueño, meciéndote muy amplia y lentamente, rumiando tus monólogos de humo. Porque ya no eres sino el eco de tu sombra sin cuerpo, eco de luz, sombra de voz, remotos.
Se está más solo que en ninguna parte, hasta sin sí, solo, sin soledad ni profecía, ausente, por nacer, sin cósmico fervor de nebulosa.
¿Cuándo subirás a la superficie
de la tierra, del cielo o del mar,
desde ese rumbo en donde vas, nocturna, a ver el sol de limbos inocentes? ¿Esperándote está, ya olvidado, de pie, dormido como un faro, en no sé qué península de sombra?
Ya no te acuerdas, ya no sabes
si la cita fue ayer o si es mañana, tu duda diariamente renovada en tu alterna memoria: sí y no, al fin ya resbalada en un Tal vez pálido, transparente y maleable. Silencio liso, estirado, de lago, de frase interrumpida,
tan diáfano que todo está más cerca.
De improviso, cinco, veinte
días juntos, desmoronándose; trece, cuatro noches telescopiadas con peregrina violencia oscura.
Un sueño de medusas y cristales
de parte a parte espejos atraviesan:
se ve de qué están hechos los cantos de las aves, los del agua, diáfanamente ocultos.
Por aullidos de perro desgarrada, Soledad transparente, enmohecida y amarga del hastío de ti misma, musgos mendiga tu piedad cansada, ecos del canto donde fue mentida
Eras la única ciudad del caos:
se estaban terminando tus palacios cuando por tierra se construían bóvedas y columnas que el viento interrumpía.
Yo sé que en tus iglesias fermentadas
de sombra se ahogan las ventanas;
que dentro de un salto estás construida
con derrumbos de rumbos y campanas nubladas.
Que tienes cielos propios
con un tiempo que escapa a los relojes, anterior al planeta y a ti misma, náufraga de la luna medieval robinsonas fría en la tierra enfriada.
Juegos de niños huérfanos
coloran tus mejillas.
Eres un cuento de hadas jorobadas. Vives porque te están soñando ellas. Soñándote hasta el límite de un globo de jabón.
tus días desmayados en cojines de miel y aburrimiento,
y mis gritos que se hacían añicos con las lentes acústicas creciendo de arcadas y de cúpulas.
Lloraría hasta el viento.
Con sólo respirar se rompería tu equilibrio de telaraña.
Y así, como estás en mi recuerdo, ¿quién te reconocería?
con tu cielo sin peso en que los muertos se hunden hasta el fondo,
más muertos que en cualquier horizonte, ¿quién te reconocería?
que te habitan las Parcas y es corpórea tu ausencia;
que reyes de barajas te coronan con cenizas de luz y lutos fríos.
se ha roto en aneurisma de colores. Ahora te quiero a orillas del mar, con nieve, hecha isla,
y navegable tu río de arena. El cielo se me llena de bronce de campanas.
y el Hermano Pedro ¡que duerma! ¡Dinamitas de luz y cegadoras
voces contra tus murallas de légamo!
de obsidiana, sin leyendas, con nubes verdes y grises y con patios húmedos, como de un barrio triste
de un Londres construido por los árabes.
Tú, en la luna, con casas de alegría, aéreas, subterráneas,
invisibles por pausas de vals fúnebre.
¡Cuánto cavé para encontrarte! ¡Para rescatar tus palacios transparentes, tus estatuas de éter!
En ti viví el momento de un grito, ausente por el vuelo de un pájaro. Tenía, entonces, yo manos de vidrio, y tú, rudos martillos. Ángel de las ortigas y los lirios,
no te muevas, que como estás te quiero:
lunar, mental, intacta,
tan igual a ti misma en mi recuerdo más que tú misma.
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